Existe una gran necesidad de encontrar sucedáneos del plástico tradicional que no acarreen los problemas de contaminación persistente de éste y que constituyan un recurso sostenible. Los bioplásticos, biodegradables, reciclables y provenientes de fuentes renovables, son una medida de reducción de la huella de carbono y del problema de los residuos plásticos. Se fabrican a partir de productos vegetales, tales como celulosa, el aceite de soja, el maíz o la fécula de patata, a diferencia de los plásticos convencionales, derivados del petróleo.
Los resultados del último estudio anual europeo de bioplásticos confirman la tendencia positiva de su crecimiento. Se estima que en 2018 rondarán los 6.700 millones de toneladas (en 2013 se consiguieron 1.600 millones). El packaging flexible y rígido sigue siendo el líder indiscutible en la aplicación de bioplásticos, seguido del sector textil y automovilístico.
El principal inconveniente de los bioplásticos, además de su coste de producción superior, es que se elaboran principalmente de harina o almidón de maíz, trigo u otros granos, por lo que su producción a gran escala podría tener un impacto negativo en la disponibilidad de alimentos y causar aumentos de precios en los alimentos, como el pan y la pasta. Solo unos pocos bioplásticos son derivados de residuos agrícolas o alimentarios (cáscaras de crustáceos, de panadería). De modo que el futuro de los bioplásticos pasa por esos residuos, los de la industria forestal y los residuos domésticos.